Historia del Cortijo
En los áridos pero fértiles campos del este del Campo de Níjar y enmarcado entre la Serrata y las sierras del Cabo de Gata, se alza —entre ruinas y silencio— el Cortijo del Fraile, un lugar marcado por la historia, la tragedia y el olvido. Su origen se remonta a la época moderna, cuando la orden de los dominicos, asentada en el convento de Santo Domingo de Almería, comenzó a explotar una extensa finca agrícola en los campos de Níjar. Aquel enclave, conocido entonces como el Cortijo del Hornillo, fue dotado de infraestructuras agrarias esenciales: una casa principal, aljibes, pozas, eras, un huerto y centenares de fanegas de tierra de secano, delimitadas por cerros y barrancos de nombres hoy aún vigentes.


En el siglo XVIII, los dominicos intentaron mejorar la productividad plantando viñas, higueras y olivos, aunque según relata el botánico Simón de Rojas Clemente Rubio en 1805, estos cultivos no prosperaban bien debido a los veranos excesivamente cálidos.
Durante la Guerra de la Independencia (1808–1814), la invasión napoleónica trajo consigo la abolición temporal de las órdenes religiosas. Aunque los dominicos fueron reinstaurados con la vuelta del absolutismo fernandino, la situación cambió radicalmente tras la muerte de Fernando VII. La Primera Guerra Carlista y las medidas del gobierno liberal condujeron a la disolución de las órdenes religiosas masculinas y a la desamortización de sus bienes, entre ellos el cortijo, que pasó a manos privadas.
El cortijo fue adquirido en las subastas de bienes nacionales por la poderosa familia Puche-Perceval, y pronto comenzó una compleja trayectoria de transmisiones hereditarias y permutas legales entre familias de la élite almeriense, como los Gómez Puche y los Vílchez. En 1861, Felipe Vílchez y Gómez heredó la totalidad del Cortijo del Hornillo, valorado en más de 220.000 reales. Poco después, toda la propiedad pasó a manos de la familia Acosta, iniciando un nuevo capítulo en la historia de este emblemático lugar.
Fue José María Acosta y Vejarano, abogado, político y, según parece, alcalde de Almería, quien mandó construir en 1865 la capilla-mausoleo que aún se conserva en pie, bendecida en 1871 y concebida también como cripta funeraria familiar. Allí fueron enterrados varios miembros del linaje Acosta, cuyas lápidas fueron expoliadas más de un siglo después, dejando casi irreconocible el sepulcro colectivo.


Durante el siglo XX, la familia Acosta mantuvo la propiedad. Uno de sus descendientes, Antonio María Acosta Oliver, fue diputado y propietario de explotaciones mineras como la mina Santa Isabel, cercana a Rodalquilar. Otros miembros de la familia participaron en conflictos bélicos como la Guerra del Rif y la Guerra Civil Española, lo que refleja la conexión de los Acosta con las convulsiones de la historia nacional.
Pero si un acontecimiento marcó de forma indeleble la historia del cortijo fue el trágico suceso del 22 de julio de 1928. Aquella madrugada debía celebrarse la boda entre Francisca Cañadas Morales y Casimiro Pérez Pino, pero la joven huyó antes de la ceremonia con su amante, Curro Montes Cañadas. La fuga terminó en tragedia: Curro fue asesinado por el hermano del novio, en un crimen de honor que conmocionó a la comarca. Este hecho inspiraría años más tarde a Federico García Lorca para escribir su obra «Bodas de sangre», dotando al cortijo de un aura trágica y legendaria.
Tras la guerra civil y la profunda crisis del mundo rural en el franquismo, el cortijo fue progresivamente abandonado. En los años 70, ya en manos de nuevos propietarios, el conjunto fue expoliado y saqueado, incluida la cripta. El lugar se convirtió en un espacio marginal, utilizado esporádicamente como escenario cinematográfico, sin que se llevara a cabo ningún esfuerzo de restauración o conservación.




En 1987, el cortijo quedó incluido dentro del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, el primer parque marítimo-terrestre de Andalucía, declarado también Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1997. Sin embargo, esto no impidió su degradación. En 1990, el Ayuntamiento de Níjar, tras aprobar una recalificación para urbanizar la zona con viviendas, hotel y campo de golf (proyecto Cala Bernardino), tuvo que rectificar por la presión ciudadana, restaurando el uso agrícola de las tierras.
Finalmente, en el siglo XXI, el deterioro del cortijo alcanzó niveles alarmantes. En un intento por frenar su ruina definitiva y dado su valor simbólico como espacio lorquiano, la Junta de Andalucía lo declaró Bien de Interés Cultural (BIC) en 2011, bajo la tipología de Sitio Histórico. Aun así, el estado del inmueble siguió agravándose.
No fue hasta octubre de 2022 cuando se produjo un cambio significativo: la Diputación Provincial de Almería formalizó la compra de 9 hectáreas, incluyendo el edificio principal, por 1.950.000 euros, con el objetivo de restaurar el cortijo y convertirlo en un centro cultural. Por primera vez en décadas, se abrió una vía real hacia su recuperación y puesta en valor.
¿Sabías que…?
- Cabo de Gata, desde época andalusí hasta el siglo XIX, formaba parte de las extensas zonas de pastura donde el ganado permanecía durante el invierno.
- El sureste peninsular fue una de las zonas más afectadas por la piratería de Berbería, por lo que durante los siglos XVI y XVII se fortificó la costa con torres y baluartes.
- Durante el siglo XIX, acontecimientos como el decaimiento de la Mesta, el fin de la inseguridad litoral por la piratería o las diversas desamortizaciones estimulan la colonización agraria de los Campos de Níjar y el Cabo de Gata, bajo un modelo agrosilvopastoril.